En una región como esta,

el clima no favorece la evaporación del agua durante todo el año, por lo que los trabajos de elaboración de la sal eran estacionales, delimitados a unos meses concretos: de julio a septiembre. Aunque si el calor apretaba antes, esta tarea se podía avanzar al mes de junio. Lógicamente, en verano se produce la máxima insolación, tanto en número de horas como en intensidad, lo que propicia una retirada más rápida del agua, dejando al descubierto la sal. Mientras tanto, en invierno, se dejaban las eras llenas de agua para evitar que las baldosas se levantaran (ya que se conservan mucho mejor protegidas por el agua).

En cuanto a la disposición del terreno

para generar este efecto, es importante destacar la parcelación en eras como respuesta a una racionalización de las tareas. Gracias a ellas se controlaba mejor el nivel de agua y se extraía la sal con más comodidad. Como se comprobará sobre el terreno, la nivelación correcta de cada era es fundamental para garantizar una distribución regular del agua salada y favorecer su evaporación, sin formar zonas irregulares.

Existían cuatro balsas,

dos en cada sector, con el objetivo de almacenar el agua salada cuando las eras están llenas y funcionando.

Los tendederos

de los que había tres en cada sector y hoy quedan dos, uno de obra y uno de madera. Son plataformas con una pequeña inclinación para escurrir el agua de los montones de sal. Unos raíles los comunicaban antiguamente con el almacén, y unas vagonetas realizaban el traslado final de la sal. En el complejo podemos contemplar una de estas vagonetas restauradas.

Había un almacén en cada sector,

realizados ambos de obra y recubiertos en su interior con madera de pino para aislar y combatir el efecto corrosivo de la sal. También existía una tejería en Las Cabanetes para llevar a cabo las tejas, ladrillos y losas del complejo, e incluso proveer de ellos en los alrededores. La arcilla se cocía quemando leña del bosque que se encuentra al otro lado del río, y sus troncos se transportaban mediante cuerdas para salvar el gran desnivel del entorno.

Los molinos de este conjunto histórico son,

quizás, los elementos que demuestran mayor ingenio por parte del hombre. Hay hasta cinco de estos mecanismos en un tramo de sólo 300 m lineales del río, incluyendo un desnivel de 40 m. Los cinco molinos tienen misiones y características muy diferentes, empezando por el tamaño de la muela de todos ellos. El primer molino molía la sal con una piedra de 80 cm , junto al almacén del Salí. Además, el mismo salto de agua se aprovechaba para abastecer de energía eléctrica al conjunto a través de un generador.

El segundo molino era de harina 140 cm De muela.

El tercero de pienso, el cuarto era un molino pelador del grano 60 cm de muela para consumo humano y el quinto molía de nuevo sal, en este caso para el almacén de Las Cabanetes. La persona encargada de las salinas llevaba a cabo, además, las tareas propias de una explotación agraria tradicional, lo que explica todo un sistema tan versátil y variado de tratamiento no sólo de sal, sino también de grano para el alimento de animales y personas.

La operación de obtención de la sal era artesanal.

Mediante una red de acequias, canales y regueros se llevaba el agua salada de los estanques ,o directamente de las fuentes a las eras. Estas se llenaban con un volumen de agua equivalente a unos 3 cm de profundidad. Pasados tres días -o más, según la climatología - cuando el agua se había evaporado en gran parte, pero no del todo, se recogía la sal, haciendo montones con ella. Si la sal se pegaba a las baldosas, se recogía con una pala de hierro.

A continuación se cargaba la sal en un capazo y,

entre dos personas, transportaban la carga al tendedero. Allí se dejaba reposar la sal, también amontonada, para que se escurriera, y cuando ya había perdido prácticamente toda el agua, se colocaba en una cesta que podía llevar unos ocho quintales aproximadamente 330 quilos y era llevado por los trabajadores hasta el almacén. Posteriormente la cesta se sustituyó por un sistema de vagonetas que, sobre unos raíles, se desplazaban desde los tendederos hasta la entrada del almacén. En el almacén, la sal era nuevamente amontonada y acababa de escurrir el resto de la humedad, por lo que quedaba en condiciones para ser pasada por el molino en seco, hecho imprescindible para dejarla lista para el consumo. Hecha esta operación, se ponía en sacos de 2 quintales (unos 83 quilos) y ya podía ser comercializada. También se vendió, durante muchos años, en paquetes de kilo - destinados específicamente al consumo doméstico.